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Estaba sentada en el asiento de un avión y veía la ciudad hacerse pequeñita mientras despegábamos. Sabía que iba con otros médicos y que teníamos una misión relacionada con el COVID-19, pero no veía a los otros médicos y no me sentía preparada ni capaz. Al terminar el despegue miraba a mi alrededor y me percataba de que mi asiento de avión era el único en medio de un gran salón elegante de baile. Se acercaba el médico más famoso y me pedía que lo siguiera. En realidad nunca dijo nada, sólo mi miró como diciendo: vamos. Yo estaba muy nerviosa, pero lo seguí. Subimos por las escaleras de mármol y llegamos a un salón cubierto por seda roja. Esperamos el elevador. Nunca dijo nada, pero me dijo: vas a fijarte muy bien en todo a tu alrededor. Nos montamos al elevador y se abrió nuevamente en una sala gigante con muchos otros médicos haciendo cientos de cosas. Unos pescaban en un tanque. Otros armaban un rompecabezas en la pared. Unos corrían una maratón. Otros usaban unas pinzas finas para separar algo de una caja Petri. El médico famoso, sin decir nada me dijo: vas a mirar muy bien y a elegir con quien quieres trabajar. Al fondo de la sala estaba el sillón de mi casa en la Habana y me sentaba para pensar. Una vez terminada la reflexión le agradecía al sillón y me iba con los médicos que armaban un rompecabezas en la pared, que en realidad era un mapa gigante con muchos mapas pequeñitos. El médico me miraba y me decía sin decirme: Muy bien. Eso era todo. Nos vemos más tarde.