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Soné que hacía las paces con mi casera. Por alguna razón ella estaba en primerísimo primer plano. Un fondo oscuro. Le decía perdóname, yo no me quiero ir. Es sólo que ya no puedo seguir pagando la renta. En realidad, sí me quiero ir y sí puedo seguir pagando la renta. Pero en el sueño le decía que no. Que aquí había pasado una de las etapas más felices de mi vida. Eso es parcialmente cierto. Le decía, Maru, no sé si lo sabes pero tienes un departamento lindísimo, vendrán mejores inquilinos. En invierno le da el sol casi todo el día. Tiene una luz de otra tierra. Te lo juro. Es tan bella que lastima. Mira. Pero ella no volteaba a ninguna parte. Tampoco estábamos en el departamento. Todo seguía oscuro y frío. De pronto ella empezaba a llorar y al principio yo no entendía por qué, si le estaba diciendo cosas lindas. Después supe que era porque yo estaba llorando y había estado llorando y la oscuridad era sólo un espejo acuoso. Después nos vi de lado, como en tercera persona. Un centímetro de agua respondía a la forma de nuestros cuerpos, que ahora comenzaban a abrazarse. Es eso, soñé que abrazaba a mi casera y por un instante sentía algo parecido a un hogar.

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